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Del sancocho nacional al acuerdo nacional con mermelada

     Por Diego León Caicedo Muñoz

      “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”, Winston Churchill.

      Desde cuando el presidente Franklin D. Roosevelt en 1933 estableció el concepto de los primeros 100 días como criterio para evaluar el éxito del periodo presidencial, los demás países lo adoptaron como derrotero para medir la proyección de los presidentes en su mandato. Este corto lapso de tiempo define el estilo de liderazgo y organización para administrar un Estado, tiene un significado simbólico y se convierte en el barómetro del poder de un presidente.

      La conformación del gabinete, la estructura de los ministerios, los proyectos presentados al congreso y los actos administrativos firmados para tomar medidas urgentes, marcan la proyección del cumplimiento de su programa de gobierno y se convierten en los indicadores para analizar los primeros 100 días de gestión.

      En 1982 en el proceso de paz de Belisario Betancur, el comandante para la época del M-19, Jaime Bateman, propuso cocinar un “Gran Sancocho Nacional”, para significar que, así como en esta receta colombiana se mezclan todos los productos de las diferentes regiones, así mismo se deberían sentar a dialogar los diferentes actores que rigen en el país, con las personas marginadas de cada región, para formar una nueva visión de país. En este concepto se hablaba de una nueva constitución, que se hizo realidad años después. Una buena propuesta cuando su origen es licito y la vocación es netamente social y democrática.

     El presidente Gustavo Petro fiel seguidor del concepto de su excomandante Bateman, lanzó la propuesta desde su campaña a la presidencia, con el nombre de un “Gran Acuerdo Nacional”. La diferencia con el concepto de su mentor fue que, para lograr su objetivo le vendió el alma al diablo y se alió con la crema y nata de la politiquería colombiana, campeones de la corrupción, y así llegó al solio de Bolívar con la bandera del cambio.

       En sus primeros cien días, lo único consecuente con su discurso del “Acuerdo Nacional”, han sido los diálogos regionales para decantar el Plan Nacional de Desarrollo. Tiene un particular estilo ambivalente de gobernar, por un lado, estimula al dialogo y por el otro, hace afirmaciones radicales en redes sociales y en tarima pública. Veamos sus principales actuaciones.

      Primero: para conseguir las mayorías en el congreso, logró de entrada el “Gran Acuerdo Nacional con Mermelada” con los políticos y partidos corruptos de siempre, por supuesto, los caciques y gamonales no lo hicieron por amor a la patria. Ministerios y entidades fueron entregados a cambio. Más de lo mismo.

       Segundo: sus intervenciones en público y en redes sociales han causado revuelo, incertidumbre y caos en asuntos económicos, en especial, en los temas minero energético, pensional, salud y laboral. Sus propuestas son loables en materia ambiental y social, pero su extremada exageración para el desarrollo de las mismas no se ajusta a la realidad. La transición hacía energías limpias no se produce de la noche a la mañana, lo mismo que, legalizar la droga en un santiamén. No pretende construir sobre lo construido, sino aplicar sistemas vetustos que nos conducirán a atavismo social.

       Tercero: para llevar a cabo sus ansiosos cambios a la carrera nombró como ministros a personas inexpertas, pero con el propósito claro de eliminar lo construido. Es el caso de las ministras activistas de minas y energía, salud y trabajo y del bisoño ministro de defensa, que detesta a los militares y policías, actitud que ha afectado palmariamente la seguridad del país. Por otro lado, un ministro del interior politiquero, mañoso y cuestionado, para mover las maquinarias políticas del congreso.

       Cuarto: con su aplanadora legislativa logró la aprobación de la reforma tributaria, que traerá problemas, no solo a los inversionistas de petróleo, sino a los de las clases menos favorecidas, en medio de una inflación del 12,2%, y una recesión a la vuelta de la esquina. De la misma manera, aprobaron la adición, modificación y prorroga de la ley 418, denominada “la Paz Total”, para desmovilizar al Eln y someter a la justicia a los demás grupos criminales de alto impacto. De no estar vigilantes se convertirá en panegírico de la impunidad total.

      En términos generales hay que reconocerle al presidente que, como Jefe de Estado, ha realizado una buena labor en la política exterior, pero como Jefe de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa ha sido un desastre.

        Hasta ahora está empezando su mandato, ya no está en campaña, ni en la oposición, Gustavo Petro, usted es el presidente de Colombia, es hora de gobernar. La intención no es desearle malos augurios, si a usted le va mal, nos va mal a todos los colombianos.

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