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Una sociedad agresiva por naturaleza

      Por Diego León Caicedo Muñoz

       “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”, Mahatma Gandhi.

      Constantemente las personas manifiestan que el mundo se esta volviendo más violento, y argumentos no faltan. Los medios de comunicación y las redes sociales nos inundan con avalanchas de noticias violentas. La invasión de Rusia a Ucrania, bombardeos, asesinatos de niños en colegios en Estados Unidos, secuestros, etc. En Colombia, masacres, emboscadas, crímenes de hinchas de futbol, niños apuñalados por sus compañeros de colegio, bullying. En fin, agresividad hasta en lo más cotidiano del día a día, con insultos, peleas, tonos violentos, y por supuesto, las agresiones frecuentes de los políticos.

      Lo cierto es que el mundo de hoy no es más violento que el de ayer, siempre los seres humanos y las sociedades han vivido en medio de la agresividad. Desde el siglo pasado se siente con mayor rigor el accionar de la violencia gracias a los medios de comunicación y se ha hecho más visible en la actualidad con la tecnología de las redes sociales, que brinda la información al instante, pero por desgracia, empodera y le brinda más protagonismo a la acción violenta, que a la construcción de paz.

       Unos científicos españoles de la Universidad de Barcelona, en cabeza de David Bueno, en una investigación titulada: ¿somos una especie violenta?  explican la violencia humana desde la biología y la psicopatología. Concluyen que es una tendencia biológica que no se puede erradicar, somos una especie violenta por naturaleza. Por dos razones. Porque somos agresivos y porque somos creativos, sin imaginación no seríamos violentos.

       La agresividad es algo que compartimos con el resto de animales. Es una emoción, como el amor o el miedo. No es buena ni mala. No tiene connotaciones morales o éticas, simplemente es parte del instinto de supervivencia. La violencia es otra cosa, es una agresividad consciente, es un hacer daño queriendo hacerlo. Y para eso hace falta imaginación.

      Puesto que no es posible dejar de ser violentos, lo que tenemos que hacer es canalizar esa violencia para disminuir su impacto a través de la educación y la empatía. Según los investigadores, el grado de agresividad es distinto en cada persona y en cada momento. El estrés nos vuelve más agresivos, porque hace que se reduzca el nivel de eficiencia de la corteza cerebral y eso nos impide llevar a cabo procesos cognitivos más complejos, como es el de la toma de decisiones, y nos conduce a actuar sin pensar.

       De acuerdo con el estudio, el factor determinante del nivel de agresividad de una persona es la cantidad de testosterona con la que ha nacido. La testosterona masculiniza el cerebro en los primeros tres meses de gestación y el ambiente en el que crecemos puede masculinizarlo aún más o, todo lo contrario. De esta manera, es importante no reforzar comportamientos en exceso masculinos en los niños varones, la testosterona es la que impulsa a dominar. Las mujeres también la tienen, pero su nivel es menor, por eso es que el 90% de la violencia en el mundo la ejercen los hombres.

      Lo importante es que esta naturaleza humana no es del todo inmodificable y la construcción social juega un papel importante para la convivencia pacífica. Aceptar las diferencias, tener la capacidad de escuchar, reconocer, respetar y apreciar a los demás a través del dialogo, es la base de una nueva educación con espíritu de entendimiento y cooperación mutua.

      Nos encontramos inmersos en un lodazal de prejuicios frente a los demás, que nos tienen en un momento de polarización política, en una sociedad de por sí ya polarizada. Los candidatos a la presidencia son una muestra fehaciente de la agresividad social, priman los ataques personales por encima de las propuestas de gobierno, los cuales conllevan a inmiscuir a la población, aumentando el nivel de provocación.

       Es inconcebible que una campaña designe personas para desprestigiar a sus opositores, infiltrándolos, buscando falsos testigos para endilgar delitos inexistentes, llegando hasta el colmo de anteponer el prefijo anti y el nombre de su rival para quemarlos, como lo manifestó una senadora electa. La testosterona politiquera de la agresividad, alimenta la hoguera de la polarización y la violencia colectiva.

        Como lo manifesté en mi artículo anterior, es más fácil manipular mediante la sugestión de masas, que convencer a un pueblo con ideas, dialogo, debates y proyectos.

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