Nuestro propósito superior: Unidos para ser más fuertes.
CrónicasPublicaciones

Amenaza rusa contra Ucrania es apenas una pieza del ajedrez geopolítico de Putin

        Geopolítica de Rusia

     Por Luis Alberto Villamarín Pulido*

      Desde finales de 2021, cuando el Kremlin inició a desplegar tropas en la frontera con Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin juega sus cartas políticas y estratégicas, con altas dosis de suspenso, y ya logró que amplios sectores del mundo entren en pánico o desazón.

     En medio de las elongaciones del péndulo de la manipulación sicológica, en lo cual es experto Putin, parecería inminente una invasión a Ucrania, con la consecuente amenaza de una nueva confrontación global, entre potencias con armas nucleares.

     Desde entonces la agitada marea geopolítica no se ha calmado. La conversación telefónica Putin-Biden del 30 de diciembre de 2021, se caracterizó por el intercambio de amenazas mutuas, y a pesar del optimismo de algunos medios de comunicación, en realidad, dicha conversación, fue insuficiente para aliviar las tensiones. En ese orden de ideas, cualquier incidente armado a lo largo de la tensa frontera ruso-ucraniana, podría desatar un infierno bélico.

     El razonamiento del Kremlin para la escalada es curioso y enigmático, como casi todo lo que se refiere a la historia política de las relaciones internacionales rusas. Según Putin y su séquito, Rusia actúa en respuesta, a la “atracción de Ucrania a la OTAN” por parte de Occidente, seguida por una supuesta invasión militar de la OTAN en Ucrania, territorio que Putin y el Kremlin consideran que es el área natural de influencia geopolítica regional de Rusia. En contraste, a pesar de todos los gestos de bienvenida, la OTAN no está lista para ofrecer el ingreso de Ucrania, ni Ucrania capacitada para hacerlo.

      Entonces, ¿cuál es el propósito del juego geopolítico de Putin? Sin duda, es devolver a Ucrania a la órbita de Moscú. Pero ese paso estratégico, es tan solo una pincelada más, sobre un lienzo mucho más amplio y diverso. El diseño geopolítico de Putin para su vecindario, pretende remodelar el acuerdo posterior a la Guerra Fría (1945-1991), para garantizar la supervivencia del sistema de poder personalizado de Rusia. Y al parecer, por lo que se infiere de la hasta ahora incómoda y angustiada respuesta de Occidente, Putin podría estar muy cerca de obtener lo que busca en la región.

      No es un secreto que a partir de 2000, Putin revivió con éxito la tradición rusa del gobierno de un solo hombre al enmendar la Constitución federal, reescribir la historia y mediante acciones criminales copiadas de la era soviética, tomar medidas drásticas y hasta criminales contra sus opositores.

      Desde mediados de la década pasada, Putin intenta dotar el sistema unipersonal y tiránico, con una robusta columna vertebral de gran potencia internacional, devolviendo a Rusia su importancia mundial. Todo comenzó cuando la “Rusia de Putin” denotó disposición para retomar el control geopolítico y geoestratégico del desarticulado espacio soviético, al poner a prueba sus ambiciones expansionistas en Georgia y Ucrania.

       Simultáneamente, el Kremlin comenzó a dejar sus huellas en todo el planeta, inclusive mediante la intromisión en las decisiones políticas internas de algunas democracias occidentales. Sin embargo, el eventual enfrentamiento militar en Ucrania traslada los hechos a un escenario novedoso e incierto.

      No satisfecho con asediar a Occidente, ahora Putin pretende forzar la aceptación de una nueva escena global, con Rusia restaurada en el nivel superior de las potencias. Pero tal ambición, no se detiene ahí, porque dicho avance geopolítico serviría para salvaguardar el gobierno de Putin.

      Así, al aceptar la ambiciosa e impositiva posición geopolítica de Rusia, Occidente también suscribiría su agenda interna en favor de las intenciones del Kremlin. Dentro de esa avariciosa opción geopolítica, Estados Unidos se convertiría, dentro y fuera del país, en el proveedor de seguridad de Rusia. Toda una estratagema nacida del terror, el chantaje y la amenaza latente.

      Por razones obvias, es crucial el escenario en torno a Ucrania. Mientras la Unión Europea está consumida por sus propios desafíos, y, la rivalidad de Estados Unidos con China aún no ha llegado a su punto máximo de ebullición geopolítica, el Kremlin no escatima oportunidad para configurar la arquitectura de su diseño geoestratégico como actor preponderante. Para lograr el ambicioso proyecto, en cualquier momento, el Kremlin podría recurrir a la guerra.

      Pero visto desde una óptica más elaborada de estrategia geopolítica, la confrontación armada podría no ser el objetivo prioritario del Kremlin, sino que tan amenazante escalada militar, tendría conexiones con la paz coactiva al estilo de la era soviética.

      Por razones obvias en un escenario tan complicado, es difícil predecir qué viene después. En la práctica, Putin no puede obligar a las naciones occidentales a rendirse ante sus intenciones con solo exteriorizarlas. Pero, tampoco está dentro de sus planes inmediatos, retirar las tropas de la frontera con Ucrania y suspender la agresiva aproximación con amenaza incluida de invasión.

      Entonces, Putin seguiría combinando concesiones occidentales, con las obvias negativas a sus pretensiones, para desarrollar la agenda y manipular las noticias mundiales.

     En caso de que la OTAN se comprometa a no expandir su influencia más hacia el oriente de Europa, este logro se presentaría como una victoria para Putin, derivada de las concesiones. En cambio, las negativas a sus peticiones, serían presentadas por el Kremlin como un pretexto para desatar una mayor escalada del uso de la fuerza.

      En consecuencia, ya hay un éxito geopolítico derivado de las estratagemas de Putin:

     Occidente fue obligado a recompensar a Rusia, mediante la divulgación, la diplomacia y, sobre todo, la atención mundial para una “potencia militar”, por hacer el favor al planeta de tener el acto caritativo de no invadir Ucrania, ni desatar una impredecible guerra.

     En ese orden de ideas “la rebelión rusa encabezada por Putin” infiere convertir la geopolítica mundial en una batalla de amenazas: Por un lado el uso indiscriminado de la fuerza, y por el otro, las sanciones económicas y tecnológicas.

      Se podría decir que el método coactivo de Putin está probado y le ha dado resultados:

       Aumenta las tensiones pero enseguida exige “acuerdos vinculantes”, que obviamente él no toma en serio, porque su objetivo, es realinderar un orden mundial construido sobre la disrupción y la preparación para acometer acciones sorpresivas.

      Este esquema geopolítico y de negociación de intereses internacionales promulgado por Putin, no tiene nada en común con los contenidos de la Conferencia de Yalta en 1945, o lo acordado durante el Congreso de Viena en 1815. En aquellas ocasiones, sus arquitectos siguieron las reglas.

      En cambio, en las actuales circunstancias, el Kremlin sugiere la irrelevancia de las reglas. Por lo tanto, las normas por las que se ha gobernado el mundo durante las últimas tres décadas serían descartadas en favor de una interpretación creativa de lo posible. En esta batalla geoestratégica, Putin, impredecible maestro del suspenso internacional de paz o seguridad, y el movimiento estratégico repentino, podría consolidar en su persona y cargo, la peligrosa fusión de poder geopolítico mundial y gobierno personal autocrático.

      Hoy, Ucrania es la joya de la corona del plan expansivo del Kremlin. Pero el hecho no terminará ahí: Bielorrusia, cuyo presidente depende del apoyo de Rusia, podría ser el próximo premio gordo a la ambición de Putin. O tal vez, pudiera ser Kazajstán, donde ha estallado la ira popular contra el régimen corrupto respaldado por Rusia. O ambos y extenderse al Cáucaso y el caspio.

     En síntesis, el drama apenas comienza, porque otros países vecinos podrían convertirse en rehenes del esquema geopolítico de Rusia, cuyo régimen necesita ejercer dominación externa en aras de fortalecer la seguridad interna del partido y la mafia en el poder, utilizando los recursos públicos a nombre de la Madre Patria Grande.

      Los hechos indican que hasta ahora, el Kremlin ha sido muy afortunado, o tal vez muy hábil, al jugar una partida riesgosa y débil sin ases bajo la manga, poque supone que se trata de desafiar a un establecimiento occidental, decidido a mantener el statu quo, aunque eso signifique alojamiento de un aliado tan importante como Ucrania para los intereses geopolíticos de Europa y Estados Unidos en Asia.

       Probablemente Putin y su cohorte ponderan que después de todo, la naturaleza de la globalización impide una política de contención seria, frente a la expansión geopolítica del Kremlin: ¿Cómo podría Occidente disuadir a Rusia para no invadir a Ucrania, cuando sus estados y sus empresas están enmarañadas en una red de lazos económicos y de seguridad con el Estado ruso?

      Sin duda Putin es consciente de esa ventaja. Con la experiencia de haber interactuado con los líderes occidentales durante dos largas décadas, el mandatario ruso parece haber concluido de que puede jugar a ser el matón del barrio por  medio del terror en su área de injerencia, sin que las autoridades centrales lleguen a incomodarlo en su habitat.

       El hecho de que Estados Unidos accedió con prontitud con el fin de iniciar las conversaciones, sugiere que la estrategia de Putin está funcionando, debido a que podrían pasar varios meses, antes de que los socios occidentales, concluyan que por no leer el mapa geopolítico y el juego estratégico de Putin, pudieron haber estado involucrados en un intercambio de palabras desafiantes, sin impedir el calculado avance del Kremlin.

      Es claro, que los gobiernos occidentales están obligados a responder adecuadamente a la política de suspenso del Kremlin. Al obligar al mundo a adivinar lo que Rusia está tramando y al mismo tiempo seguir líneas políticas mutuamente contradictorias, el Kremlin mantiene desorientado a Occidente, cuya dirigencia funciona de manera racional y con aversión al riesgo, por lo tanto no sabe cómo reaccionar ante el “caos organizado” que combina amenazas y acuerdos en un interminable ciclo de manipulación negociadora.

      En ese nada hipotético escenario, Rusia y Occidente podrían caer en varias trampas. Según los informes de prensa, el tipo de sanciones que la administración de Biden está considerando imponer en caso de que Rusia invada a Ucrania, podría ser devastador para el Kremlin y las élites rusas, integradas a la industria, el comercio, las finanzas y los negocios en Occidente.

       Igualmente, se supondría que a pesar de la ingente propaganda y la guerra sicológica predeterminante de la guerra de nervios, que ha desatado el Kremlin, induciendo a la juventud a tomar las armas para defender la madre patria,  los ciudadanos rusos no sacrificarían indefinidamente su nivel de vida, a cambio de las guerras y el antagonismo sustentado en los intereses personales de Putin y su séquito.

      Según los resultados de una encuesta independiente realizada por el Centro Levada, en 2021 solo el 32% de los rusos quiere ver a Rusia como “una gran potencia respetada y temida por otros países”, y solo el 16 % piensa que la guerra podría aumentar la autoridad de Putin. Eso indicaría que el alucinógeno patriótico del militarismo ruso, podría haber comenzado a desaparecer del escenario político interno.

       De la misma manera, cualquier negociación que permita al Kremlin interpretar las reglas globales del juego geopolítico planteado por Putin,  socavaría los principios políticos occidentales. Sin embargo, rechazar la solución diplomática, podría incitar al Kremlin a destruir todo el negocio, habida cuenta que las democracias liberales, no están preparadas para enfrentarse a un oponente nuclear, con impredecibles resultados.

       Todo apunta a que tras dos días de conversaciones en Ginebra sin avances concretos, por ahora el escenario de guerra y paz en Ucrania es un callejón sin salida, en el que lo grave es que parece que efectivamente no hubiera salida cercana.

     Por ahora, ambos bandos continúan apostando a “quién parpadea primero y quita la mirada de la del adversario”: En este escenario, Estados Unidos y sus aliados reiteran que se han propuesto asegurar a Ucrania su apoyo, mientras que Rusia mantiene listo el martillo del despliegue militar, enmascarado con el argumento de la disponibilidad total para negociar y ojalá muy rápido, en los términos que impongan en la mesa los delegados del Kremlin.

       Es la realidad de un escenario complicado, porque auncuando estos esfuerzos lograran calmar temporalmente la situación, la sospecha mutua persistirá. La razón es simple: mientras Putin tenga el dominio de Rusia y de la situación prebélica que está desatando, su sueño de recomponer el imperio soviético, no dejará de ser un dolor de cabeza para Occidente.

      Lo preocupante del asunto, es que Estados Unidos ceda en lo que pide Putin y que a pesar de esto sus tropas invadan a Ucrania y desaten la impredecible violencia en todo el vecindario. Por mucho menos comenzaron las dos grandes guerras del siglo XIX, máxime que la amenaza rusa contra Ucrania, es apenas una pieza del ajedrez geopolítico de Putin.

       Creer en la buena fe de un calculador, frío y sin escrúpulos, podría ser la cuota inicial para desatar una hecatombe geopolítica inmediata.

        * Autor de 40 libros de estrategia, defensa nacional y geopolítica

       www.luisvillamarin.com

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies. Puede ver aquí la política de cookies.    Más información
Privacidad