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¿Estamos los veteranos y reservas de la Fuerza Pública, enfocados en lo fundamental del destino de Colombia o en letales egos?

   Por Luis Alberto Villamarín Pulido

     En las elecciones presidenciales de 2022, Colombia tocó fondo. La descomposición y podredumbre de la política tradicional fue rechazada de plano en las urnas por los electores.

    Por las circunstancias nefastas del destino nacidas de la indiferencia, la apatía, las omisiones o las tolerancias acumuladas, fuimos forzados a escoger para presidente de la República, entre un anciano con aparentes afectaciones psiquiátricas, o un maquiavélico politiquero comunista con antecedentes terroristas.

    En ese instante, quedó libre el campo para que las reservas y veteranos de las Fuerzas Militares y la Policía, nos dedicáramos a trabajar como en un panal de abejas, para edificar sobre bases sólidas un proyecto político creíble, estructurado y con objetivos nacionales, que diseñe por primera vez en más de 200 años de vida republicana, políticas de Estado que nos guíen como nación.

    Infortunadamente, a juzgar por lo sucedido durante este lapso, estamos reeditando con creces la triste etapa de la patria boba experimentada por quienes, en 1810, tuvieron el camino abierto para construir una gran nación, pero cayeron en los mismos errores en qué estamos atrapados hoy las reservas y veteranos:

    1. Desconocimiento por apatía y hasta por desdén, que la política combina articuladamente ciencia, arte y quehacer. Una o dos partes de ella no ayudan. Y si son aisladas menos.

    2. Abierto deseo de figuración, sobrepuesto a las reales capacidades o conocimientos.

    3. Egos, envidias, intrigas, componendas, amiguismos y descalificaciones a nombre de una unidad inexistente.

    4. Poca o ninguna diferenciación entre militancia y montonera, entre conducción estratégica y amiguismo o activismo emotivo, entre cultura política y politiquería, entre programa político y populismo, entre emotividad instantánea y raciocinio a largo plazo y entre proyecto político colectivo e interés personal por sobresalir, así sea saltando largo.

    5. Desconocimiento funcional de la experiencia acumulada en la interacción oficial del Estado con los grupos narcoterroristas.

    6. Afán de presentar candidatos sin tener proyectos políticos definidos con prospección estratégica a largo plazo.

    7. Impulsos emotivos regionales para encabezar propuestas de unidad de las reservas y los veteranos.

    8. Infortunada confusión de los roles de la dirección gremial y la conducción política, queriendo ser simultáneamente líderes gremiales y candidatos políticos. Algo que ni es ético, ni es lógico

    9. En muchas ocasiones, se rinde pleitesía y se agacha la cerviz, ante los politiqueros que llevaron el país al actual caos y fuera de eso quieren de nuevo el poder, para seguir en las mismas de siempre.

    Y… la lista de errores propios sigue.

     Vendrán las elecciones de octubre de 2023, en las que deseamos lo mejor a quienes dieron el paso y buscan ganar para sí mismos, no para un proyecto estratégico nacional con objetivos a largo plazo, empoderado por los veteranos.

    En medio de todo ese maremágnum de errores políticos propios, derivados de la tozudez interna y de la inexperiencia, el país llega al crucial momento, en qué están dadas casi todas las condiciones para que Petro sea removido del puesto por medio de una consistente protesta popular en las calles, puesto que, dicho sea de paso, nunca ha debido ocupar tan alta dignidad, pero precisamente faltan dos condiciones para completar dicho propósito, que es nacional:

    1. Un partido de oposición serio que con autoridad moral dirija y canalice la expresión popular.

    2. Un programa político de transformación nacional con miras a lo que debe ser Colombia en 2050…como mínimo.

     Desafortunadamente, a pesar de tener las personas cualificadas para empoderar ese proyecto, estamos enmarañados en la patria boba de los egos,  las envidias, las componendas para impedir que los proyectos estratégicos avancen, pero sobre todo un enfermizo afán de figurar y ser condecorados como “héroes de guerra” sin haber cruzado la línea de partida es línea de contacto, o lo que es más tragicómico, sin tener las condiciones para ese ángulo de la política en el que se pretende brillar, por no entender que su lustre y aportes, estarían en otros escenarios del ilimitado campo de la política.

    Cierro recordando que cuando Pablo Morillo sitió a Cartagena en 1815, la ciudad se rindió por hambre. Pero, cuando los realistas superaron los muros de la ciudad heroica y se aproximaron al palacio del gobierno rebelde, se enteraron que el gobernador criollo, Castillo y Rada estaba frente a un enorme espejo francés, pavoneándose con una casaca de general, recién tejida por unas monjitas, mientras seguía absorto, sin atender los informes de sus ayudantes, que ya Pablo Morillo estaba arrestando a los patriotas, que luego fusiló frente al actual muelle de Los Pegasos.

    La pregunta es:  en la condición de colombianos mejor estructurados en el amor a la bandera, ¿estamos ubicados ante el enorme reto histórico que expone el horizonte político colombiano, o permanecemos atados a las bajezas propias de la naturaleza humana, que tanto han afectado a nuestro país?

     ¿Qué hacemos entonces?

    ¿Seguir inmersos en la bobería colectiva de los egos, o construir un proyecto de país con visión estratégica?

     El reto está dado. No imitemos a Castillo y Rada en Cartagena en 1815.

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