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¿Para qué los autócratas como Putin orquestan elecciones?

25 de marzo de 2024

Las elecciones realizadas en Rusia este mes fueron tachadas de manera generalizada de ser una escenificación que estuvo entre la tragedia y la farsa. Pese a que el presidente Vladimir Putin cuenta con un apoyo significativo de la población, las votaciones se orquestaron para garantizar que fuera “reelegido” con más del 87 por ciento de los votos. 

Y el resultado fue arreglado incluso mucho antes de que los rusos llegaran a las mesas de votación: la oposición política ha sido aplastada sin piedad, los medios de comunicación independientes han sido silenciados y a quienes protestan en público les han asignado sentencias severas de cárcel. El político ruso de oposición más destacado, Alexéi Navalny, murió en prisión el mes pasado.

Todo lo cual plantea la interesante pregunta de por qué los líderes autócratas se molestan en organizar elecciones amañadas.

Puede resultar útil pensar que los comicios en los Estados autócratas son un ejercicio de propaganda dirigido a varios públicos. Manipular las votaciones puede ser una manera en que un titular como Putin demuestra el control que tiene sobre los resortes del poder: hay un valor en demostrar que las agencias burocráticas, los gobiernos locales, las fuerzas de seguridad y los medios son lo suficientemente leales (o amedrentados) como para participar en un proyecto tan significativo, costoso y complejo.

Esa escenificación de control también puede servir como una advertencia a la oposición y a cualquiera de sus posibles aliados y subrayar la aparente inutilidad de las protestas. “Si se tiene una victoria del 87 por ciento, es como ‘¿De verdad quiero morir, cuando es totalmente absurdo porque tiene un control tan férreo del poder?’”, señaló Brian Klaas, politólogo del University College de Londres y coautor del libro How to Rig an Election. “Parte de ello es, en esencia, mostrar una supremacía sobre el ámbito nacional y disuadir a la oposición”.

Puede que la población sepa que las elecciones han sido amañadas, pero qué tanto. Así que incluso unas elecciones manipuladas pueden contribuir a la imagen de la popularidad del dirigente, sobre todo si la prensa es sumamente leal, comentó Klaas.

Los espectadores extranjeros también tienen importancia. Así como los Estados que violan los derechos humanos a menudo instauran tribunales de justicia ficticios para crear la ilusión de que existe la rendición de cuentas y hacer que sea menos vergonzoso para los aliados seguir apoyándolos, los regímenes autócratas en ocasiones usan elecciones amañadas para que sus aliados puedan afirmar que están apoyando un gobierno “electo”.

Tal vez eso no se aplica tanto a Rusia, país al que Estados Unidos y sus aliados le impusieron fuertes sanciones después de que inició su invasión a gran escala de Ucrania en el año 2022 y el cual ahora está buscando el respaldo de otros países autócratas como China y Corea del Norte. Pero para los países que dependen más de la ayuda de los aliados demócratas, celebrar algún tipo de comicios puede ser un elemento fundamental para conservar su apoyo.

Las elecciones pueden ser también una fuente esencial de información. “Los dictadores son víctimas de su propia represión porque nadie les dice la verdad”, señaló Klaas. “Así que algo que los dictadores hacen es usar los comicios como un indicador de lo populares que son en realidad”.

Permitir que se desarrollen algunas campañas y que aparezcan algunos otros nombres en las boletas puede dar una idea del verdadero atractivo del líder, incluso si después el gobierno retoca los resultados para evitar que la verdadera información se vuelva pública.

Este proceso también puede ayudar a los líderes a identificar a las figuras de la oposición que podrían convertirse en una amenaza. Putin, por ejemplo, con el fin de concentrar más poder en sus propias manos, reprimió, mediante arrestos, exilios forzados y otros métodos represivos, los movimientos de protesta y la oposición incipientes que se formaron en torno a las elecciones de 2011 en Rusia.

Pero, en ocasiones, ese método puede ser contraproducente. Los investigadores descubrieron que el simple hecho de celebrar elecciones puede abrir la puerta a un posible cambio de régimen, incluso si su objetivo era hacer lo contrario.

Una investigación de Beatriz Magaloni, una politóloga de la Universidad de Stanford, muestra que a veces el robo de la elección puede dar lugar a “revoluciones civiles”, en las que el intento de manipulación da origen a protestas masivas, lo que luego hace que el Ejército y otros aliados de la élite se separen del régimen del titular y lo obliguen a abandonar el cargo. Eso es lo que ocurrió, por ejemplo en la Revolución Naranja de Ucrania en 2004 y en la Revolución de las Rosas de Georgia en 2003.

 

Desde luego que eso sigue siendo un resultado bastante poco frecuente. Ucrania y Georgia tenían una oposición política mucho más cuantiosa que Rusia, donde Putin ha impedido de manera implacable que figuras de la oposición como Navalny siquiera lleguen a las boletas. Los intentos de iniciar una revolución similar en Rusia después de los comicios de 2011 fracasaron y la represión a la disidencia que siguió hizo que fuera mucho más difícil que se formara un movimiento así.

A veces, si la oposición se une, una votación concebida como una actuación amañada puede convertirse en una contienda auténtica. Yahya Jammeh gobernó Gambia durante décadas, utilizando la represión y la tortura para silenciar a la disidencia y aplastar a la oposición política. Estaba acostumbrado a “ganar” elecciones con más del 70 por ciento de los votos y esperaba el mismo resultado en 2016. Pero perdió.

La oposición consiguió unirse en torno a un candidato, Adama Barrow, propietario de una empresa inmobiliaria. La gran diáspora gambiana en el extranjero proporcionó a su campaña los recursos que necesitaba, y algunos de los métodos de trampa electoral en los que aparentemente se apoyaba Jammeh fracasaron: un almacén que se creía contenía identificaciones falsas de votantes destinadas a facilitar la manipulación electoral fue incendiado justo antes de las elecciones, lo que dejó muy poco tiempo para fabricar más. Cuando quedó claro que el recuento de votos favorecía a la oposición, el jefe de la comisión electoral comunicó los resultados a pesar de las presiones del gobierno para que dejara de hacerlo.

Y, si bien los aliados extranjeros pueden estar dispuestos a hacer la vista gorda cuando se manipulan o amañan las elecciones, existen normas mucho más estrictas contra la anulación de resultados en sí. El llamamiento de Jammeh a otros líderes africanos para que lo mantuvieran en el cargo cayó en saco roto, y en su lugar apoyaron a Barrow. Pocas semanas después de las elecciones, tropas extranjeras de la CEDEAO, organización regional de naciones de África Occidental, entraron en el país para ayudar a forzar su destitución.

Klaas mencionó que las últimas décadas han constituido un periodo de “aprendizaje autoritario” en el cual los líderes autócratas se han vuelto cada vez más hábiles para manipular las elecciones.

“Solo los aficionados se roban la elección el día de los comicios”, comentó. “Los profesionales de hecho lo hacen antes mediante una serie de métodos mucho más inteligentes y sutiles”.

Amanda Taub es autora de The Interpreter, una columna y boletín que explica los sucesos internacionales. Reside en Londres. Más de Amanda Taub

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