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Un discurso cargado de sugestión

      Por Diego León Caicedo Muñoz

       “Lo afirmado llega mediante repetición a establecerse en los espíritus, hasta el punto de ser aceptado como si fuese una verdad demostrada”, Napoleón.

      En el artículo indexado de la Universidad Complutense de Madrid, escrito por Antonio Rivera García, titulado; “Psicología social, sugestión y democracia populista en Laclau”, el autor analiza varios escritores, pero en especial al argentino Ernesto Laclau, y concluye que la clave de la psicología social es la sugestión.

      Ya el francés Gustave Le Bon en el siglo XIX hablaba del poder sugestionador o hipnotizador que provocan determinadas palabras utilizadas por líderes y demagogos sobre las masas, como; democracia, socialismo, igualdad, libertad, etc.

      Los principales recursos retóricos empleados por los populistas para lograr que las palabras muevan a las multitudes son: la afirmación, libre de todo razonamiento y de toda prueba, la repetición, que aparte de crear hábitos sociales, se opone a la deliberación nacional, y la sugestibilidad o el contagio de emociones y creencias.

       Laclau en su libro “la razón populista”, sostiene que todo el interés se centra en la construcción de un pueblo, a partir de una situación de crisis, y que existe una relación estrecha entre ese pueblo y un caudillo, que generalmente pasa a ser el ideal de la masa encarnada en el líder.

      En este orden de ideas, el populista se impone en los momentos críticos en los cuales impera la desorganización para instituir una nueva hegemonía de cambio.

      El manejo de la psicología social utilizando la sugestión a través de un político populista, llevaron a naciones que sufrían una intensa crisis económica y social, o que acaban de salir derrotados en una guerra en circunstancias extremas, como Alemania, a elegir un mesías que los librará de los problemas que los consumían.

      Lo mismo ocurrió en Venezuela en la década de los noventa, en donde un líder populista aprovechándose de la crisis económica y social del momento, llegó al poder con un discurso cargado de sugestión y de cambio. Hugo Chávez y su revolución llegaron hace 22 años con la promesa de acabar con la pobreza y la corrupción, el resto es historia y vivencia desgraciada.

      Calcando los pasos de personajes nefastos de la política internacional, el candidato presidencial Gustavo Petro ha venido utilizando el mismo manual arcaico de sugestión y aprovecha la crisis de la sociedad colombiana para llegar al poder. Una tozuda realidad que no se puede ocultar, cimentada en la corrupción, desigualdad, desempleo y muchas más.

      Desafortunadamente la dirigencia colombiana desde hace años viene manejando al país con los mismos principios y herramientas, son cortoplacistas y han gobernado para resolver problemas, mas no, para trazar una política que conlleve al desarrollo del país. Un caldo de cultivo servido a la mesa, que no puede desaprovechar el oportunista.

      Como lo indica el francés Le Bon, Petro utiliza la mentira, la repetición de esta hasta convertirla en verdad y, por último, el contagio de emociones a través de la generación de ansiedad, miedo y odio, “un ser dominado por la dopamina”.  La sugestión del hipnotizador, en este caso, el cambio, que paradójicamente, viene de la misma clase corrupta, sobre el hipnotizado pueblo, que se las cree toda.

      Para terminar de adornar el encantamiento, anula al candidato adversario mediante la afirmación, la reproducción y propagación, tildándolo de opresor, continuista y delincuente, lo curioso es que nunca aporta pruebas.

      Al observar el vecindario, la situación de la izquierda en los gobiernos actuales es peor. Según Pedro Medellín, “aunque se promueven como agentes de cambio, cuando llegan al poder no se logran diferenciar de los gobiernos de derecha, más allá del asistencialismo y el estatismo”.  Sus propuestas cuando no son legales o institucionalmente viables, no son financiables ni sostenibles. Ni siquiera tienen una ética que los diferencie de la derecha.

      Francamente si las personas quisieran un cambio, en vez de dejarse hipnotizar de un embaucador, optarían por una aspiración independiente de los extremos con un proyecto de desarrollo más allá de propuestas populistas inalcanzables o que conduzcan al fracaso como país.

       Y si el deseo es eliminar el continuismo, como lo he manifestado en múltiples ocasiones, la mejor solución es el voto en blanco, para castigar la forma de hacer política. Es el pueblo el verdadero dueño del poder político soberano, y a partir de este, es que se debe generar el cambio, y no desde un falso profeta. 

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