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Una nación aún en traumático parto (Primera Parte)

     Por Iván González Urán

      Al enfrentamiento entre patriotas y realistas (Bolívar contra Miranda y Monteverde) se le sumó, luego, el de centralistas contra federalistas (Nariño y Torres). Después los disgustos entre un supuesto republicanismo y monarquismo (Bolívar y Santander y Córdoba). Que terminó con la muerte de Córdoba y Bolívar. Y comenzó a nacer el conflicto entre el liberalismo y el conservatismo, dos tendencias posindependentistas. Muy infectados ambos de militarismo con los héroes patriotas buscando reconocimiento por sus servicios en la lucha separatista.

     Además comenzó a terciar la iglesia en esa nueva confrontación entre el naciente gobierno político de esos dos partidos laicistas, que le comenzaron a arrebatar privilegios al viejo e influyente gobierno teocrático y clericalista colonial. Quién vio que se le comenzaba a reducir su poder. El que venía ejerciendo, hasta ese momento tras bambalinas, con su gran dominio social, económico y cultural (monopolizaba la docencia) durante los tres siglos del descubrimiento y la colonia.

     Se creó una incendiaria mezcla que prendía fuego con mucha facilidad por cualquiera de las muchas mechas. Ya fuesen por las ideas liberales, conservadoras, militares y religiosas. Cualquiera o todas ellas al tiempo por el dominio y control del poder político y económico. Con el agravante de que no sabíamos como se gobernaba una recién nacida nación, pues habíamos sido esclavos ignorantes durante muchos años sin cuestionar como se podía vivir sin amos que nos asignaran las tareas.

     Lograda la independencia, pasamos un siglo plagado de microguerras civiles, golpes de estado, revoluciones, alzamientos, pronunciamientos, manifiestos. Y múltiples batallas dispersas, sin resultados categóricos políticos y determinantes en estabilidad nacional. Ni en dirección a objetivos duraderos nacionales. Ninguna de ellas, excepto la de Boyacá. Que al menos sabias que era por la libertad, así no pensáramos que debíamos hacer después.
      Y ese panorama dominó todo nuestro siglo XIX. Que finalmente se rompió mucho pero no total y contundentemente con la guerra de los mil días y la pérdida de Panamá. Dos golpes fuertes en la cabeza que nos hicieron parar casi totalmente y ponernos a reflexionar. Apareció Rafael Reyes y metió un fuerte frenazo cambiando la milicia partidista por la nacionalista. El gobierno y la política gamonalista por la administración modernista. Y el multipartidismo caprichoso y personalista por el binarismo ideológico estructural. Así fuese hegemónico el conservador.

     He inició un periodo bastante aceptable en estabilidad política hasta 1930. A pesar de que durante la década de 1920 se nos comenzó a infiltrar la ideología socialista. Proviniendo de la impactante moda mundial que generó la triunfante revolución comunista rusa de 1917 que prometía una gran felicidad para esa gigantesca nación ya sin zares.

      Y comenzó actuar, como cuarto actor, en nuestra tragicomedia nacional. Ya que trajo el anticlericalismo oficial y el ateísmo político. Junto con el concepto del gobierno asistencialista, limosnero, paternalista y lastimero, atizando nuevos ánimos revoltosos y altaneros, si no se daban las dadivas a quienes no querían trabajar para ganar con que vivir. Ideas con las que el comunismo manipulaba al pueblo.

      En ese entorno se inició la hegemonía liberal en 1930. Que destapó viejos resquemores, ya bastante apagados por la derrota en la guerra de los mil días. Por la exclusión del que consideraba era su fundamental derecho de ocupar muchas plazas laborales en los cargos públicos. Por ser una ideología que estaba acorde con las modernistas corrientes imperantes en el mundo y tener seguidores dentro de una gran parte de la población nacional. Muchos a los cuales la hegemonía conservadora les había negado esa importante oportunidad de escalamiento social y de influir sobre el destino nacional durante más de cuarenta años.
      Por ello comenzaron a revivirse iniciales roces armados. Cómo las bananeras, la masacre de Capitanejo y Piedecuesta. En especial durante las elecciones. Los conservadores por haber perdido su hegemonía y los liberales por defender su conquista de la administración pública.

      Porque el uso de la autoridad se veía como un tesoro de guerra y no como un beneficio y un bien público. Que sin su posesión los perdedores estaban condenados a una humillante y dolorida miseria. Y los triunfadores como la oportunidad de riqueza y la mejor opción de vida sin mucho esfuerzo.

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