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El Pescador

En días pasados, me puse a pensar, por que escogí la carrera naval y ser oficial de la armada colombiana, me acordé del huracán Johan en 1988 y escribí esta pequeña historia de un hijo de pescador que decidió seguir los pasos de su padre y adentrarse en la inmensidad del mar que variaba desde una tonalidad verde esmeralda hasta un azul intenso a medida que su mirada se perdía en el horizonte y que contemplaba frente a su casa donde vivía a orillas del mar:

El pescador

“En un tranquilo pueblo pesquero vivía un pequeño niño que veía salir siempre de madrugada a su padre pescador, se llamaba José, el mar ejercía sobre él una fascinación inmensa, jugaba en la playa y su mirada se perdía en el azul inmenso, observando cómo las olas iban y venían en una armonía hermosa de acuerdo a la intensidad de la brisa que las empujaba.

José soñaba en seguir los pasos de su padre, convertirse en marino y explorar esa inmensidad azul que veía frente así.
Creció y un día decidió embarcarse en un pesquero y explorar los misterios ocultos y la fascinación que había sentido y visto de pequeño, su padre había fallecido, necesitaba continuar manteniendo ahora su familia.
José aprendió las labores marineras propias de un pesquero, para enfrentarse a los desafíos y retos que presenta el mar.
Por las tardes rodeado sólo de agua azul contemplaba el ocaso y como los rayos del sol iban desapareciendo dejando el reflejo de ellos sobre el mar, que se descomponían como un arco iris dejando una vista multicolor que no se cansaba de admirar, las gaviotas revoleteaban alrededor del pesquero buscando un pez que saltase de las redes, para apresarlos en el aire. Pensaba esa maravilla de la naturaleza eso sólo lo puedo apreciar en el mar y su entusiasmo crecía, la brisa salada acariciaba su rostro que comenzaba a curtirse y comprendía porque su padre había tenido esa profesión y porque él ahora lo seguía. Se sentía vivo y orgulloso embelesado por la inmensidad del mar que lo rodeaba.
Como en la vida real, no todo es color de rosa, un día José experimento la furia del mar en una tormenta que mecía al pesquero como una hoja movida por la brisa, el pesquero subía y bajaba por las inmensas olas que barrían la cubierta del barco, el timonel experimentado marino mantenía con pulso firme el rumbo del pesquero a través de las olas. En medio del caos y la incertidumbre, la tripulación y José experimentaron una fortaleza interna que desconocían, pesquero y tripulación lucharon contra la tempestad y salieron victoriosos.
Paso la tormenta vino la calma, el mar no sólo era momentos de peligro y desafió, sino también de paz y serenidad. La noche se presentaba despejada de nubes, las estrellas titilaban en el firmamento y el reflejo de la luz del sol sobre la luna, marcaba el camino de regreso a casa. Era un momento de reflexión y contemplación que le recordaba a José la pequeñez de la humanidad frente a la inmensidad del océano y la importancia de preservar este medio que le daba los medios para poder sacar adelante a su familia, como lo había hecho su padre.
Con el tiempo, Jose se hizo un curtido marinero, respetado y querido en ese pueblo que lo vio nacer, narraba sus historias que atraerían más adeptos al mar y que seguramente seguirían sus pasos, les transmitía la importancia del mar como medio de sustento, había que cuidarlo y respetarlo al mismo tiempo.
Esta pequeña historia del pescador, nos recuerda que el mar es mucho más que agua salada; es un
mundo de maravillas y misterios aún por descubrir. Nos enseña que la relación con el océano no es únicamente de dominio y explotacion, sino también de respeto y cuidado, porque el mar es un regalo maravilloso que debemos conservar y preservar para las generaciones futuras, en el mar se originó la vida y sin él desaparecería igualmente.”

Vicealmirante (r) José William Porras Ferreira

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