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Experiencia Antinarcóticos

     Por Ivan González Urán

     Nos familiarizamos con la lucha contra el narcotráfico en 1977 cuando iniciamos a sobrevolar el país.  En especial desde el paralelo qué pasa por Bogotá, la capital, partiendo el territorio colombiano en dos, hasta las fronteras con el Perú y el Ecuador. Y desde el Brasil hasta el océano Pacífico.

     Pudimos observar durante cuatro años como la selva es despoblada por miles de colonos pobres que tumban y queman la jungla para sembrar el arbusto de la cocaína. Se notaba el avance de la frontera de la devastación registrando los claros en las cartas de navegación.

     Después fuimos asignados a la costa norte para ayudar a construir un Comando Aéreo. Tarea en la que estuvimos por dos años en el tiempo del auge de la Mala Yerba. Base Aérea que tenía por misión controlar el tránsito ilegal de aeronaves qué violaban el espacio aéreo, con la tolerancia y complicidad de los controladores aéreos civiles. Se había creado un intenso puente aéreo entre la costa colombiana transportando toneladas de marihuana a la Florida que se cultivaba, especialmente, en la Sierra Nevada de Santa Marta. Negocio en auge en los años de la década de 1970 para abastecer a las tropas adictas que regresaban de la aguerra de Viet Nam.

     La mayoría de esas aeronaves operaban en la región de El Pájaro y Uribia en la Guajira, y en el César, Bolívar y Magdalena. Habían construido muchas pistas clandestinas facilitadas por el terreno plano y la consistencia arenosa del suelo semidesértico y la pobre vegetación. El tránsito aéreo era bastante intenso proveniente de Estados Unidos.

     Con la experiencia adquirida con el ingreso del contrabando de mercancías traídas por mar, se comenzó a usar la vía aérea para sacar la marihuana. Pero por la acción de las autoridades el negocio de la yerba fue decayendo.

     Para finales de la década de 1980 fue remplazada, en casi su totalidad, por el tráfico de cocaína liderado por las mafias de la ciudad de Medellín y de Cali. Terminado el tiempo en esa tarea regresamos al centro del país y vimos cómo seguían creciendo los cultivos ya mencionados en el sur del país.

     En una amplia plataforma rocosa y semidespoblada de selva, en la cuenca del río Yarí, se había creado otro sistema de aeropuertos improvisados a donde llegaba la pasta de coca traída de Bolivia y Perú por vía aérea. En cada pista se construyeron laboratorios de refinamiento de cocaína que salía para Estados Unidos por Centroamérica o las islas del Caribe. Un distrito cocalero, similar al de la marihuana en el Caribe, en medio de la selva donde abundaban los dólares y los narcóticos, razón por la cual se le llamó “Tranquilandia”.

     A mediados de los años 90 nos instalamos, durante dos años, en una base aérea en los límites entre los departamentos del Putumayo y el Caquetá, sobre la desembocadura del río Orteguaza. Justo en medio de la región que tanto habíamos observado.

      Para esa época, el cuadrante ya mencionado, denominado como la Región Amazónica, producía miles de toneladas de cocaína qué alimentaban las finanzas de los grupos terroristas. Eran dos las áreas de producción: El del Occidente en los dos departamentos mencionados y parte del occidente del Meta. Y el del oriente en los departamentos del Guaviare, Guainía y Vichada donde los grupos subversivos dominaban la gigantesca economía del narcótico.

      Con esas experiencias concluimos que era inútil combatir el negocio los narcóticos por la vía punitiva arremetiendo solo contra la producción. Por la incapacidad física de dominar una región tan extensa, remota y aislada que demandaba grandes operaciones militares constantes e interminables. Tal como le sucedió a las tropas estadounidenses en Viet Nam.

     Y menos sí el lado del consumo no hace ningún esfuerzo en eliminar la incontenible adicción que utiliza millones de dólares para financiar la producción. Empeño que ya nos ha costado la vida de miles de tropas y policías contra una demanda que no tiene ningún interés en dejar de consumir.

      Combatíamos el terrorismo creado por los narcóticos en Colombia, más no porque tuviésemos deberes con los consumidores. Era claro que todos esos esfuerzos son inútiles y por eso decidimos pasar a las reservas para tener la libertad de evidenciar el grave error que cometemos, pues la lógica confirma que la mejor solución es la legalización.  Es lo que más nos conviene, pues a pesar de tantos sacrificios y vidas inmoladas todo indica que el consumo y la producción siguen aumentando en la medida en que progresa la globalización.

      Mientras el esfuerzo no sea mundial, por más que Colombia lo intente no puede contener la producción y tiene que dejar de hacerlo. Si las naciones consumidoras no son capaces de impedir el consumo con todo su poderío militar, menos nosotros. Si ellos no tienen el firme deseo de usar la fuerza legal contra los consumidores, no tenemos motivo para usar fuerza letal contra los productores.

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