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Sin tropezar

Por Iván González

 “Grave desatino del Fiscal al acusar al general Montoya de determinador de falsos positivos con base en un equivocado entendimiento de lo que ello significa. “José Fernando Torres.

Por la ignorancia colectiva de los tribunales sobre asuntos militares, juzgando a los miembros de las Fuerzas Armadas y por generalización a toda la institución armada, bajo el concepto de la “Justicia por Contexto”, los Falsos Positivos se seguirán sucediendo, con probabilidad de incrementar.

Las razones son muy sencillas.

Con el hecho de haberse infiltrado en la justicia la creencia de que las bajas contra el terrorismo es un crimen, es un estímulo para que el delito se incremente. La delincuencia ya no ve a policías y militares como amenaza contra su proceder. O por lo menos piensa que son una contención muy débil.

Tampoco ve a los tribunales como castigadores del pecado. Por el contrario, los considera como a sus favorecedores, defensores y protectores.

Porque el miedo al castigo severo perdió toda su naturaleza preventiva. No existe el sabio y benéfico temor a la ley. Y en ese medio de confrontación creciente, entre delincuencia y autoridad, las probabilidades de que aumenten los falsos positivos serán mayores

Por otra parte, las Fuerzas Armadas ya ven a la justicia como una amenaza a su desempeño.

Contener el delito no vale la pena, porque en lugar de ser el cumplimiento de su deber un motivo de reconocimiento social, la justicia es un obstáculo a su estimulante prestigio de defender a los mismos jueces y a la comunidad. Porque la justicia sin fuerza es una burla.

La degradación obligará a las Fuerzas Armadas a combatir más a todos aquellos que están contra la ley. Así no guste a los tribunales. Porque la fuerza se contiene con fuerza. Cuando se ha perdido la capacidad de convicción no hay más opción que usar la de la imposición.

Y dentro de las complejas y muy demandantes circunstancias de un combate se sucederán más falsos positivos. No por intención si no por el simple hecho de surgir más circunstancias casuales o accidentales.

Porque las FF AA nunca dejarán que la nación perezca siendo dominada por el crimen y la anarquía. Es su juramento y lo cumplirán. Así tengan en contra a terroristas y a sus proclives y favorecedores jueces. Aunque usen la muy pedida fuerza con proporcionalidad.

De tal forma qué todas aquellas lamentables bajas que se presenten en la confrontación siempre es mejor no denunciarlas.

Por el contrario, mejor ocultarlas ante el seguro peligro de ser usadas en su contra por el solo “parecer de contexto” del juez.

Entonces se sabrán menos dentro de las desconocidas y que nunca se sabrán. Incluidas las inventadas por abogados perversos para robar al pueblo colombiano por la vía judicial. Cómo con Mapiripán donde el pueblo perdió el dinero de ese chantaje. O el prevaricato de la juez y la fiscal contra el coronel Plazas, que los compañeros jueces lo dejaron impune por inválida solidaridad. Siendo compinches en el delito.

Sin importar que la no difusión de las muertes implique no poder demostrar resultados tangibles del esforzado desempeño y sacrificio. Además de ser vistas por ello cómo poco útiles y que no corresponden al gasto de los dineros públicos.

Así tengan que contentarse con la simple satisfacción silenciosa de su deber cumplido. Y si no pueden demostrar sus méritos, por lo menos tiene mayor probabilidad de no provocar deméritos. Y entre dos males insuperables el menos malo es lo mejor.

El ocultamiento también se da por qué la “Lealtad” dentro del campo armado es un ortodoxo principio cultural inviolable. Y no estamos hablando de lealtad para lo malo.

 La lealtad no es como muchos creen, que sólo es deber de subalternos con superiores.

Cuando realmente es todavía más obligante y necesaria en el sentido contrario, de superiores con subalternos. Y las filas saben muy bien que es parte de su cultura interna. Razón por la cual ellas piden a cambio de su lealtad con sus comandantes que éstos le respondan por igual.

De tal forma que prefieren no hacer difusión de lo qué hacen, así sea bueno. Con ello evaden mayores males. Se evitan el peligro del inmerecido castigo por cumplir con su deber acatando las órdenes en la línea de combate. También, le evitan sufrimientos a sus superiores, ubicados en la retaguardia dirigiendo la lucha.

Pero la lealtad no sólo es un poderoso ligamento vertical y horizontal. También lo es, y mucho más, en el sentido general. Como es el de la solidaridad de todo el pueblo a quién defienden y al sistema de gobierno a quién sostienen. La lealtad es un sentimiento compartido entre defensores y defendidos.

Si el principio democrático fundamental establece como norma sagrada que el poder armado este supeditado al poder político, entonces sus superiores políticos también deben participar del castigo que merezcan las tropas cuando se les condene.

Ya que si han cometido algún delito ha sido por causa y razón de la, obediencia y acatamiento a la orden del superior político. Así ese superior sea ignorante en la forma de dar las órdenes militares. Sin el famoso Quintiliano del: ¿Qué, quién, cuándo, dónde, cómo y para qué?

Que es lo establecido por norma militar para evitar que se interprete de manera diferente a lo pretendido.

La guerra no es un acto únicamente de esfuerzo ciego y brutal. Pues podría resultar al contrario de lo deseado, como lo fue precisamente la Directiva Ministerial, que terminó estableciendo los “Falsos Positivos” por ese error. Inculpando ahora a quien cumplió y no al ministro quien ordenó.

Por supuesto, con la intrínseca e inherente culpabilidad proporcional que corresponde al superior con esa directiva. Como inevitable y acatable ordenador de obligante cumplimiento. El mismo que, después, en lugar de ser castigado fue premiado con mejores cargos por su error.

Es hasta factible que hubiese sido a cambio de no descubrir el error del político ministro.  Pues el hecho no ha sido mencionado ni difundido dando motivo de duda razonable a pesar el origen de los falsos positivos.

El ministro se cayó para arriba y eso hiere profundamente el amor patrio de las tropas. Hasta casi hacerlas sentir el deseo de arrojar sus armas y partir en desbandada en desertora e incontenible estampida.

Quién nunca ha estado en las filas ni sentido lo que en ellas sucede, no sabe cómo piensan y actúan los soldados en un combate. Que por ser altamente adoctrinados y entrenados no dejan de ser seres humanos.

Esa ignorancia no la pueden simplemente suplir a punta de solo análisis y académicas teorías hipotéticas del derecho. Además de estudiar se tiene que vivir para comprender.

Por ello no es pensable que se es competente para valorar el inestable y sensible equilibrio entre lo ideal y lo real de las operaciones militares.

Cuando esa corresponsabilidad de lealtad entre el político y el militar no existe. Y cuando la muy argumentada solidaridad sólo es en un solo sentido, en especial de abajo hacia arriba y no al contrario, entonces las tropas concluyen que de nada les vale ser buenas.  Pues si no son buenas cumpliendo entonces es más prometedor ser buenos combatiendo con las mismas armas de los malos.

Así terminen de ojo por ojo, pero con la certeza de quien gane será los tuertos. Porque de todas formas serán siempre calificadas de malas.

Se sienten víctimas de despreciables engaños y burladas con malintencionadas premeditación. Que en lugar de generar moral de combate, sentido de pertenencia y espíritu de cuerpo, se producen rencores y odios contra quienes las burlan.

Un peligro fatal para todos. Ante el enceguecimiento que les causa la traición se disponen a combatir a quienes se opongan a su desestimulo. Incluidos tanto superiores como hasta tener que traicionar a su juramento y pasarse al campo enemigo. No es simple imaginación. Casos históricos hay muchos.

Son las cosas que los jueces poco o nada saben. Convirtiéndose en instrumentos ciegos de su propia ignorancia. Cosa grave para toda la nación. Porque cuando desaparece la potente fuerza de la razón, de inmediato la supera la más poderosa y última, la razón de la fuerza.

Sin importar que haya sido la directiva ministerial de otorgar reconocimientos y premios por resultados obtenidos. Que fue dictada, quizás, con buena fe. Aunque desgraciadamente errada en la forma de dar órdenes militares. Por parte de un ministro político que no tenía conocimiento de la forma como dichas órdenes deben ser dadas en el campo militar. Para qué produzcan resultados positivos en lugar de negativos.

Desacierto debido a la ignorancia sobre la cultura militar bajo la muy grave responsabilidad de querer saber y decidir sobre lo que no se sabe. De todas formas se es responsable, poco o mucho, pero culpable. Sin embargo, por ello nada se le castiga aún siendo el propiciador, condicionador y determinante. Siendo el autor intelectual usando o abusando la posición dominante que le otorgó la ley.

Entonces, es evidente que puede haber hasta un brillante General dispuesto a aceptar un error. Pero el deslumbrante Ministro evade la responsabilidad que le compete. Siendo aún mayor por su jerarquía. Pues si la culpa del autor material es mayor en la medida en que se baja en la línea del mando, también la culpa del autor intelectual es igualmente mayor, en la dirección inversa.

La norma militar dice que la culpa es del superior y no del subalterno quién cumple. Pero cuando la culpa pasa, subiendo del militar al político, extrañamente la norma de disuelve. Así quién hubiese sido primero el político quien violó la frontera aprovechando la obligación de ser acatado. Desconociendo que la posición política es de criterio general y la militar de ejecución operacional.

Las tropas no son ciegas, como muchos creen, a sus propias debilidades, amenazas y peligros. También saben distinguir sus fortalezas y oportunidades. A pesar de estar en un ambiente altamente hostil y con frecuencia letal. Dónde deben actuar bajo alta exigencia con mucho reflejo instintivo y hasta irracional para poder sobrevivir.

Al mismo tiempo saben que los magistrados y la sociedad les exigen mucha lucidez y moralidad usando, la fuerza que no es normalmente nada analítica, se sienten entre la espada y la pared. Dos evaluadores quienes no participan directamente en la confrontación y por ello desconocen ese infierno. Pero si desean que ellas hagan las cosas con absoluta perfección.

En esas circunstancias no les pasan desapercibidas no sólo el desconocimiento de los tribunales para juzgarlos con equidad sino hasta la perversa intención de condenarlos con intencionalidad. Ya sea por odio personal, rencor social o hasta ideologizacion y adoctrinamiento politizado.

Abusando de la autoridad qué, de buena fe, les ha delegado el pueblo para castigar. Bajo el libre albedrío de la peligrosa “Justicia por Contexto”.

Y no estamos argumentando que se juzgue al estilo como se juzgó el inhumano genocidio militar de Mi Lay en Viet Nam. Sino con la ecuanimidad de nuestra razón humana. No con la irracionalidad del perverso tribunal militar extranjero que proceso a los terroristas militares culpables de esa masacre. Los condenó para guardar las apariencias pues después los perdonó dejando el delito en la impunidad y las víctimas burladas.

Los mismos victimarios norteamericanos que ahora se creen con derecho a calificar nuestros actos en el campo de DD HH.

Cuando nosotros no opinamos nada, por respeto a su soberanía, sobre sus más de quinientos asesinatos.

Todo lo anterior hará repetir la historia. Como la del tiempo de la Violencia Política dónde el terrorismo se trasladó a las áreas remotas del sector rural. Dónde es más fácil el ocultamiento por la incomunicación. Sucesos que fueron muy frecuentes y mencionados en la comunicación informal donde todo era sabido por el público y no por las autoridades. Menos las judiciales.

Fueron tiempos de bárbaras naciones que no deseamos que jamás se vuelvan a repetir. No sólo por el sufrimiento físico. Mas por el espiritual, el moral y el social. Pues también generó la conocida migración de la población rural a las ciudades convirtiendo los cascos urbanos en centro de pobreza y dolorosa miseria pública.

Sí hemos dado un paso adelante que sea sin tropezar. Para después no tener que dar dos atrás. No mezclemos la autoridad política del Ministro de Defensa civil con el mando del Comandante Militar, que son dos cosas distintas.

Algo que fue exigió por un grupo terrorista que así fuese, por medio de reforma constitucional y así se hizo. Entonces advertimos que errores de esa índole sucederían por no hacer la diferencia entre los dos. Y sucedió, pero esa es otra historia.

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