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Artículos de opinión

¿De dónde vienen las llamas de las revueltas  de los Andes?

Por Lorenzo Carrasco

La reacción en cadena de las convulsiones sociales en América del Sur, que se iniciaron en Chile en octubre de 2019, ocurridas simultáneamente con la crisis constitucional de Perú, y que ahora se extienden hacia Colombia, tienen en común no exclusivamente la simultaneidad temporal, sino también las causas fundamentales de las revueltas que pueden llevar a la desintegración político-institucional y al surgimiento de intereses espurios contra la existencia de los estados soberanos del continente.

Entonces, primero, tenemos los efectos sociales de una crisis económica oriunda del alto grado de inequidad y de la concentración astronómica de la riqueza en muy pocas manos, con la consecuente miseria, hambre, desempleo y perdida de una perspectiva de futuro que afectan a la mayor parte de la población de esos países.

Todo esto es el efecto de la globalización financiera iniciada en el denominado Nuevo Orden Mundial predominante en los últimos 30 años. En realidad, lo que nos trajo al presente deterioro económico se remonta al momento en que se inició con la desreglamentación del sistema financiero a partir de la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods en agosto de 1971 y el catastrófico” choque de tasas de interés” manejado por el entonces presidente de la reserva Federal de Estados Unidos, Paul Volcker, el latigazo provocó la crisis de la deuda externa en todo el mundo en desarrollo en la década siguiente, la famosa “década pérdida” (o robada).

A partir de entonces, de una manera o de otra, toda la región iberoamericana ha manifestado gran desconfianza en las instituciones políticas, donde la población no se siente representada, e igualmente en los sistemas judiciales, en su mayoría profundamente corrompidos. En general, más del 80 por ciento de la población no cree en esas instituciones. Así, hablar de un sistema democrático representativo se convirtió en una broma pesada.

Hay algo más de fondo, esto representa un ciclo histórico largo, que nos remite al proceso de independencia de los países iberoamericanos, en particular en la América Española. De este ciclo nacieron republicas divididas entre liberales y conservadores, constituidas bajo la influencia del liberalismo económico inglés y las ideas del iluminismo emanados de la Revolución Francesa, controladas por los grupos oligarcas que se turnan en el dominio del Estado; ese tambaleo le abrió el camino a la separación entre las profundas raíces culturales y espirituales de la sociedad en general y las de las instituciones políticas sobrepuestas.

Aunque todas las naciones iberoamericanas han vivido crisis políticas, sociales y económicas durante estos 200 años, la crisis actual no tiene precedentes y nos encontramos claramente ante un cambio de época.

Sobre estas condiciones reales, que han provocado las revueltas, iniciadas con demandas legítimas, se han montado otros intereses oscuros que potencializan la atomización de la sociedad en múltiples pedazos inconexos; un proceso que ahora catalogado de “revolución molecular disipada”, término prestado de algunos pensadores franceses deconstructivistas.

En el caso de Colombia tenemos varios componentes insurreccionales. El más obvio son las facciones disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), del Ejército de Liberación Nacional (Eln) y las juventudes del M-19, todos ellos portadores de un violento historial guerrillero y contubernio con el narcotráfico para fundirse en el fenómeno del narcoterrorismo.

De hecho, el unilateral, y por ello controvertido proceso de paz firmado entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Farc, que posibilitó su conversión parcial en un partido, mediante la “justicia transicional” las legitimo como fuerza política, y creo condiciones para su transformación en fuerzas urbanas insurreccionales, sin perder su condición de guerrilla narcoterrorista. Este proceso que fue mediado por el gobierno de Noruega le valió al presidente Santos el Premio Nobel de la Paz, otorgado precisamente por Noruega.

Otros componentes disipados de la “revolución molecular”, son los movimientos con agendas identitarias, que cambiaron la ideología por la identidad de sexo o de género, feministas, LGBT, ecologistas.  Fuertemente apoyado por una variedad de opulentas ONG extranjeras

Aún más preocupante es el avivamiento del movimiento indigenista que reivindica autonomía política y territorial por encima de la justicia y la autoridad nacional. Esto es común a toda la región Andina desde Argentina, pasando por Chile, Perú, Ecuador y Colombia. La convicción principal que ha diseminado el núcleo de los dirigentes indígenas participes de la oleada insurreccional   -tronco común de los movimientos indigenistas- es enfilar la batalla para “derogar la Doctrina del Descubrimiento”, en referencia a las Bulas papales que les otorgaron a España y Portugal el llamado derecho de conquista. Una falsa composición histórica que hoy por hoy manipulan para justificar la lucha para recuperar las tierras de los “pueblos originarios” del continente.

Evidentemente estas falacias no se originaron espontáneamente entre las poblaciones indígenas, sino fue inducido por las redes del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), entidad con sede en Suiza, que, tras una gruesa cortina a favor de un diálogo interreligioso, esconde ser una poderosa agencia de inteligencia vinculada al más alto nivel del poder angloamericano.

La situación actual constituye una tercera fase de un esfuerzo insurreccional etnonacionalista contra todas las naciones de Iberoamérica.

La primera embestida comenzó con la Reunión de Barbados en 1971, en la cual una mayoritaria rama de la antropología abandonó criterios científicos de la verdad y se transformó en “antropología de la acción), una militancia antinacional alegando que los pueblos indígenas sufrían un colonialismo interno del cual se deberían libertar. La segunda, fue la campaña contra los 500 años del descubrimiento de América, haciendo pasar esas efemérides como el inicio del genocidio de los pueblos indígenas.

Para promover tal programa, fue acuñada la expresión “pueblos originarios”, para separarlos de la convivencia nacional. Ahora presenciamos una insurrección que ataca todos los procesos de identidad nacional, especialmente la evangelización para sumergir a las naciones en una edad de tinieblas o en la era de las cavernas, de donde surgieron los primeros pueblos originales.

Así pues, estamos frente a una insurrección contra la identidad nacional enfocada en rechazar a la matriz católica, literalmente, para promover un brutal retroceso civilizador en la región.

Existen dos alternativas. La primera, descrita en los párrafos anteriores, remite a la desintegración de las naciones y al caos social. La segunda, es una auténtica refundación de las naciones para constituir un sistema representativo legítimo basado en los principios históricos espirituales y culturales regidos por el bien común y por el bienestar económico y social de la población, lo que exige patear las mesas de los mercaderes del templo y de la usura. Estas causas, comunes a todas las naciones de Iberoamérica, deberían, también, ser la base para la integración y la defensa mutua de todo nuestro noble continente.

 

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