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Quien incita al odio, difícilmente puede promover la paz

Por Diego León Caicedo Muñoz

“Más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”, Jacinto Benavente.

     En las pasadas festividades tuve la oportunidad de hablar con personas muy importantes dentro del contexto social, la mayoría pertenecientes a ese 60% de trabajadores informales, y otros a la base de la institucionalidad. Me llamó la atención lo manifestado por dos personas en especial, una señora entrada en los 60 años, quien desarrolla actividades de servicio domestico por días y un patrullero de la Policía Nacional.

      La señora me dejo ver un odio acérrimo contra los políticos de derecha, los militares, policías, jueces y ricos. Les achaca toda la culpa de los problemas del país, particularmente la pobreza y la desigualdad. La derecha siempre había gobernado y le asiste toda la razón de alguna manera. A la Fuerza Pública los tilda de asesinos y violadores de derechos humanos, y a los acaudalados los tacha de explotadores y de mantener a los pobres en la inopia. Se declaró seguidora fanática de Gustavo Petro, elevándolo a la categoría de mesías del pueblo, enviado por Dios para salvar a una Colombia explotada por los ricos.

     El patrullero en una corta charla de manera improvisada, al solicitarme el número de la cédula para corroborar antecedentes en una terminal de transportes, se despachó contra los oficiales. No los bajó de ladrones y abusadores del poder, dejando ver su desprecio infundado por sus mandos y descalificando la igualdad de condiciones entre oficiales y patrulleros.

     ¿De dónde viene toda esta antipatía? ¿por qué el mismo libreto? ¿obedece a la verdad? ¿alguien ha exacerbado este odio? Son cuestionamientos bien importantes en una sociedad lacerada por la desigualdad, la corrupción politiquera y el oportunismo colombiano.

     La raigambre de las inquietudes tiene su raíz en los políticos y la clase dirigente, quienes han impedido desde tiempos remotos, mediante sus deleznables y espurios intereses personales, el desarrollo económico del país. En las democracias de estómago, como la nuestra, la ignominiosa triada; demagogia, populismo y corrupción surten efecto, encontrando el caldo de cultivo perfecto en una sociedad carente de educación en valores democráticos.

    La aversión manifestada por estos dos ciudadanos, es el reflejo de la manipulación de las necesidades de un pueblo en favor de un avezado político, como lo es Gustavo Petro, quien calculadamente utiliza la estrategia de incitar al odio para imponer una ideología. Lo hizo en la campaña presidencial de manera sistemática durante cuatro años, y  aprovechó el cargo de senador para impulsar su aludida perorata mentirosa contra las instituciones democráticas. Para este fin, recibió el apoyo de Rusia y Venezuela con el propósito de promover la decadente lucha de clases.

     Elon Musk, actual dueño de Twitter, desclasificó unos archivos, evidenciando la injerencia rusa durante las pasadas elecciones a favor de Petro. Siempre lo negaron y hasta ridiculizaron a quienes hablaban del tema, ahora nos creen insulsos, metiendo el cuento de grupos de colombianos residentes en ese país, colaboradores de la causa. Como estamos en Colombia, no paso de ser una noticia más, en otro país el escandalo y las investigaciones para destituirlo estarían a la orden del día.

     Las mentiras fueron repetidas miles de veces en redes sociales para anidar el odio contra los adversarios e impulsarse como el salvador de Colombia, al mejor estilo de Gobbels, autor de la frase; “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, y si, lo logró, llegó a la presidencia, enardeció y encegueció a buena parte de la población, especialmente los más necesitados, que lo ven como el mesías, le perdonan todos los errores y abusos, y hasta lo defienden a capa y espada.

    El discurso previo utilizado por Petro en campaña y el de ahora como presidente es el mismo, arenga la disputa entre explotadores y explotados, con un carácter irreconciliable entre los intereses de las clases, utilizando con frecuencia los términos marxistas, como: proletariado, oligarquía y burguesía.

     Hay una dicotomía inmensa, por un lado, un discurso de división, odio y resentimiento y por el otro, una alocución a la reconciliación y la cooperación para alcanzar la paz total. Pretende lograrlo desmovilizando a todos los grupos criminales del país a toda costa, inclusive por encima de la constitución y la ley.

     La única unión que ha logrado hasta el momento es la de los congresistas que se vendieron, como siempre, a cambio de entidades y un poco de poder. Por el momento, los índices de criminalidad están disparados y los grupos al margen de la ley marcando territorio en pueblos y caseríos, como Pedro por su casa. En buena hora la Fiscalía y los jueces están haciendo respetar la constitución y han advertido a la Fuerza Pública que, si no cumplen con su misión, serán investigados por omisión

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