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El gran ganador de los comicios

Por Diego León Caicedo Muñoz

“El secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes”, Maximilien Robespierre

       En el mes de octubre del año pasado escribí un artículo que se tituló, “las lecciones de las elecciones”, en esa ocasión acuñé la frase; las naciones que no aprenden de sus errores, están condenadas al fracaso”. De la misma manera, manifesté que la única solución para enfrentar la corrupción y el abstencionismo era contar con ciudadanos informados, críticos, pensantes y reflexivos, que realizarán un ejercicio conjunto para subsanar los errores del pasado y, por consiguiente, cambiar el devenir de la sociedad.

       La historia se repite una y otra vez, y las elecciones del pasado 13 de marzo no podían ser la excepción. “El abstencionismo, el gran ganador de los comicios”, Una tara inmensa que nos acompaña desde los albores como república.

      Pese a que desde hace muchos años el voto es un derecho universal, la sombra del sufragio solo para los letrados, como en épocas pretéritas, aún nos sigue custodiando. En aquellos tiempos el que sabía leer y escribir entendía la política, hoy sucede algo muy similar, no está coartado el derecho, pero el desconocimiento hace que los ciudadanos no lo ejerzan. En esta tozuda realidad, el futuro del país siempre estará en manos de los pocos que acuden a las urnas.

      Los colombianos se han caracterizado por ser apáticos a las elecciones, más de la mitad de los ciudadanos nunca han ejercido el derecho político de elegir a sus representantes. Solo en cuatro elecciones el pueblo ha superado el 50%. De los más de 38 millones de personas habilitadas para votar, solo cerca de 18 millones lo hicieron el pasado fin de semana.

      Arendt Lijphart sostiene que, así como en el siglo XX, el sufragio universal constituyó la materialización de la democracia y su extensión, la próxima meta para la democracia debe ser el uso universal del derecho al voto.

       El voto más que un deber, es una obligación intrínseca y, por lo tanto, allí se consolida el compromiso con la democracia. En consecuencia, el constante abstencionismo se convierte en el mayor inconveniente para el afianzamiento de la democracia.

       Me adhiero a los que piensan que la democracia no es sólo un sistema de gobierno, sino un estilo de vida. La falta de educación en principios y valores democráticos es la principal barrera para quienes no ejercen el derecho del sufragio, convirtiéndose el desconocimiento, (iletrados), en la incompetencia para votar.

       La ignorancia también conlleva a que los abstencionistas consideren que el sistema electoral no les ofrece lo que ellos desean, ninguna posibilidad real de elegir, por consiguiente, su voto no haría ninguna diferencia. Una sociedad educada en principios comunitarios conduce a tener políticos con vocación del servicio y ciudadanos íntegros con capacidad de elegir a los mejores.

       Y hablando de educación en democracia, ya es hora de exigir el voto programático para los presidentes de Colombia, obviamente, amerita una reforma constitucional improrrogable. El voto programático es una expresión de la soberanía popular y la democracia participativa que estrecha la relación entre los elegidos (alcaldes y gobernadores) y los ciudadanos electores.  Al consagrar que el elector impone al elegido por mandato un programa, el voto programático posibilita un control más efectivo de los primeros sobre estos últimos.

       La posibilidad de la revocatoria del mandato es entonces la consecuencia de esa nueva relación consagrada por la Constitución de 1991, (sentencia C-011/94).

      El programa de gobierno es uno de los más importantes instrumentos políticos y técnicos de los procesos político-electorales, de gestión del desarrollo, de gobierno y gestión pública territorial, por cuanto en este se establecen los compromisos y responsabilidades que comparten los gobernantes y los ciudadanos sobre el presente y futuro de la entidad territorial. Estos compromisos y responsabilidades se imponen por los ciudadanos en las elecciones y son de obligatorio cumplimiento, a través de los planes de desarrollo, en virtud del voto programático consagrado en el artículo 259 de la Constitución Política de 1991 y en las Leyes 1313 y 134 de 1994, y 741 de 2002, (DNP y PNUD).

      Cómo no están obligados los candidatos presidenciales a presentar programas de gobierno, por eso vemos que algunos exhiben meras propuestas, los demás ni si toman la molestia de hacerlo.

       En esta campaña lo que fulguran son los descalificativos, improperios y vulgaridades de los unos a los otros y los proyectos serios de gobierno, como una responsabilidad de estricto cumplimiento, brillan por su ausencia.

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